El sentido del olfato

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Como especie animal, el ser humano posee instintos primitivos que, a pesar de su avanzada evolución intelectual y desarrollo tecnológico, permanecen vigentes en algunos recovecos de su cerebro y de su organismo. Se considera que, de los cinco sentidos fundamentales del hombre, el sentido del olfato es el más antiguo y el más importante, siendo nuestra nariz aquélla que nos ha permitido la subsistencia y desarrollo como especie, así como a la inmensa mayoría de los animales que han habitado el planeta.

Nuestra nariz, al igual que nuestra lengua, es un órgano compuesto por distintos sensores químicos que permiten la transformación de estímulos externos en impulsos nerviosos que el cerebro puede interpretar de muchas formas. A continuación, te presentamos las partes y el funcionamiento de este sistema tan imprescindible para nosotros.

El órgano del olfato: la nariz y sus elementos

La nariz humana, más allá de ser la parte del rostro que suele arruinar o embellecer nuestras fotografías, es un complejo sistema de elementos y fases que procesan la información obtenida de nuestro entorno y objetos o seres que lo componen, en forma de olores, hasta convertirla en recursos que contribuyen en nuestro desenvolvimiento.

Al momento de hablar sobre los componentes de la nariz, debe dividirse la idea de la misma en dos fases: la nariz exterior y la nariz interior. En cuanto a nariz exterior se refiere, ésta es la estructura de cartílago y piel que decora nuestra cara, la cual posee la forma más adecuada para la mejor percepción de aromas dependiendo del entorno. Así pues, los grupos de personas que evolucionaron en distintas partes del mundo poseen diferentes formas de narices como rasgo genético para captar los olores dependiendo de las condiciones del ambiente en el que se desarrollaron. La nariz interior, por su parte, es el conjunto de glándulas y mucosas que convierten los aromas ya percibidos en los estímulos ya nombrados.

 

La nariz exterior.

La parte externa de la nariz se compone de hueso y cartílago, que se encuentra recubierto por muy finos músculos y a su vez éstos se ven arropados por la piel. Esta estructura externa es la única parte de la nariz que podemos observar, pues la misma sobresale del rostro.

Los elementos que la componen son los siguientes:

  • La raíz:

La raíz es la parte de la misma donde ésta nace, partiendo desde la frente, justo entre las dos cejas. Surge a partir de los huesos nasales que sirven de unión a la nariz con el resto de la cara. Se trata de una serie de huesos palpables y que se diferencian del resto de nuestra estructura nasal por su dureza. A pesar de la fuerza de estos huesos, son bastante vulnerables a golpes de gravedad que podrían ocasionar lesiones y/o deformaciones que impidan la capacidad de respiración del individuo afectado.

  • Puente:

Esta zona se compone por la parte cartilaginosa de la nariz, la cual, a diferencias de la raíz (compuesta de hueso), ésta es mucho más vulnerable y flexible. El conjunto de dichos cartílagos con los huesos nasales forman lo que se denomina como dorso nasal. Los cartílagos triangulares de la nariz, llamados así por su forma, se unen al centro del dorso con el septum, formando las válvulas o fosas nasales. El septum es el trozo de cartílago que divide las fosas nasales.

  • Ápice:

Ésta es, básicamente, el punto de finalización de la estructura externa de la nariz, mejor conocida como punta. Su función es también de soporte, al igual que dar forma a las válvulas externas, sitio por donde circula el aire, o mejor conocidas como fosas nasales.

  • Alas:

Son las áreas que componen cada lateral de la nariz, sirviendo de cubierta a los orificios nasales. Las narices más anchas poseen alas más grandes, creando orificios nasales más extensos para la mejor percepción de aromas y recolección de oxígeno, debido a los ambientes calurosos con mayor dispersión de olores en los cuales evolucionaron las personas con este tipo de nariz. Por su parte, narices más afiladas y angostas, poseen alas más cerradas para una mayor protección contra las partículas de polen y polvo que poseían los entornos boscosos, con aromas más densos, donde las personas con este tipo de nariz estuvieron desde la prehistoria.

  • Válvulas o fosas nasales:

Son las aberturas que se encargan de captar el aire y los olores que en él viajan. Es la puerta principal de los estímulos sensoriales derivados del olor.

 

La nariz interna.

Es toda aquella glándula, cavidad, membrana y mucosa que se encuentra debajo de la pirámide nasal, volviéndose imposible de observar sin la ayuda de equipos y herramientas especializados. Está compuesto de siete elementos principales:

  • Cavidad nasal:

Se compone de dos huesos llamados etmoides y esfenoides. A esta estructura se le conoce también como techo, pues se encuentra justo por encima del paladar.

  • Senos nasales:

Son una serie de cavidades ubicadas en los huesos frontales que conectan las fosas nasales.

  • Vestíbulo nasal:

Se ubica en la parte posterior a las fosas nasales. Es una estructura recubierta de piel, vellos y mucosas.

  • Tabique nasal:

Es una estructura que se compone de dos partes. La primera se compone de cartílago y está ubicada en la zona anterior, mientras que la segunda, ubicada en la parte posterior de la estructura, está formada por hueso. Este elemento de la nariz posee como función la separación de ambas fosas nasales entre sí.

  • Los cornetes:

Son estructuras alargadas, compuestas principalmente de hueso. Están ubicadas en las paredes laterales de cada fosa y éstas se encuentran recubiertas de una mucosa que se encarga de optimizar la calidad del aire que respiramos. En la anatomía interna de la nariz existen tres tipos de cornetes: un cornete inferior, que se encuentra insertado en el hueso palatino; un cornete medio y uno superior, insertados en el hueso etmoides.

  • Bulbo olfativo:

Esta es la membrana encargada de recibir, distinguir y clasificar los estímulos provenientes del exterior en forma de olores.

  • Mucosa respiratoria:

Es una membrana que introduce el aire previamente filtrado y limpio al interior del cuerpo.

 

Funcionamiento del sentido del olfato

El ser humano es capaz de almacenar en los espacios de su memoria un aproximado entre cinco mil y diez mil aromas y, además, anclar a ellos una serie de experiencias, recuerdos, objetos y seres vivos. Esto convierte al sentido del olfato en el más potente del resto, puesto a que la capacidad de almacenamiento de imágenes, sensaciones, sabores o sonidos no es tan amplia como aquélla de los olores.

Pero, ¿cómo podemos guardar esta información? El sentido del olfato es un sentido químico, esto quiere decir que recolecta datos a través de reacciones químicas que ocurren entre determinada membrana o mucosa y los factores externos que brindan dichos datos, como ocurre con la lengua y los alimentos, disolviéndose éstos en la saliva producida por la misma. A rasgos generales, en cuanto a olfato se refiere, la nariz recibe las partículas de olor y éstas llegan a una mucosa denominada pituitaria amarilla, la cual de encarga de hacerlas reaccionar para convertirlas en estímulos.

De manera específica, el proceso de captación de los aromas puede ser dividido en tres etapas:

 

Estímulos externos.

Nuestro entorno se encuentra colmado de moléculas en el ambiente pertenecientes a todo lo que nos rodea. Estas moléculas son composiciones químicas que se han desprendido de su lugar de origen, trayendo consigo información de los objetos o seres vivos que las emanan. Dichas moléculas se encuentran flotando en el aire, construyendo un mapa químico de nuestro entorno que sólo podemos descifrar a través de nuestro olfato.

 

Receptores.

Una vez que nuestro cuerpo entra en contacto con las partículas químicas que contienen la información de los diferentes olores de nuestro entorno, éstas penetran al  cuerpo a través de las fosas nasales y atraviesan la cavidad nasal hasta depositarse en la membrana pituitaria. Es aquí donde se encuentran las células olfatorias responsables de captar las moléculas provenientes del exterior, mejor conocida como pituitaria amarilla.

Las células olfatorias transforman éstas moléculas en impulsos nerviosos por medio de una reacción química y estos impulsos resultantes son transmitidos al bulbo olfativo a través de las ramificaciones nerviosas en el interior de la nariz. Estos nervios olfatorios finalmente llevan la información o estímulos a la corteza cerebral, donde serán interpretados posteriormente.

 

El sistema límbico.

En esta etapa del proceso, los olores se habrán convertidos en una pequeña corriente eléctrica que llega al cerebro cargada de información. La parte de éste encargada de recibir estos impulsos nerviosos se considera la más primitiva y en ella se almacena una gran cantidad de olores que ya han sido percibidos, registrados, depositados y clasificados desde el primer momento de nuestras vidas.

Cuando un estímulo olfativo llega a este punto, se compara con la base de datos de los olores hasta que es reconocido y finalmente el cerebro la traduce, enviando una imagen a nuestra miente del objeto o ser vivo al que pertenece. Pero esto no termina en este punto, pues los olores no sólo producen imágenes mentales, sino también pueden estar asociados a diferentes sensaciones, emociones y recuerdos a los que fueron emparejados en un principio. Por ejemplo, al oler el perfume de un ser amado, el cerebro traducirá ese estímulo en recuerdos y emociones ligados a experiencias vividas con esa persona.

El encargado del proceso implicado en el reconocimiento de los estímulos provenientes de las células olfativas es el llamado sistema límbico. Por así decirlo, el sistema límbico es quien traduce toda esa información. Se trata de una red de estructuras conectadas entre sí y conectadas a su vez con el sistema nervioso central.

El sistema límbico también está relacionado con la traducción de los datos sensoriales que provienen de la neocorteza, que es donde se elabora el pensamiento.

 

Importancia del sentido del olfato

 

Detengámonos un momento a pensar en una vida sin olfato. La completa incapacidad de detectar hasta el aroma más fuerte. ¿Cómo sería aquello? No podríamos percibir la cercanía de algún peligro, como incendios, ambientes tóxicos, componentes nocivos para la salud y un sinnúmero más de males; seríamos incapaces de notar si la comida estará en buen estado o en proceso de descomposición (de hecho, perderíamos algo más del 50% de nuestro sentido del gusto); o nos veríamos impedidos de reconocer objetos y personas distintas. De manera más personal, no podríamos conocer el estado de pulcritud de nuestro entorno o disfrutar de los olores agradables’; como el café de la mañana, el aroma de las flores, el perfume de algún ser amado. Estaríamos condenados al aislamiento de la realidad exterior.

 

¿Es notable ahora la importancia que posee nuestro sentido del olfato? Es el principal responsable de la existencia de todas las especies capaces de oler, las cuales son casi todas las existentes hoy en día. No sólo eso, pues representa un elemento clave en nuestro desarrollo como individuos y como sociedad. Podemos resaltar entre los factores de importancia:

 

Reconocimiento de peligros.

El peligro tiene un olor característico. Cualquier situación que coloque en riesgo nuestra vida o, como mínimo, nuestra integridad física, está provocada por algún detonante con un aroma que nos hemos vuelto capaces de reconocer al instante. El fuego en un incendio, la fuga de algún gas, la pólvora, los encuentros armados o a mano, los animales peligrosos; y, aunque parezca superstición, las malas intenciones poseen aromas que, una vez convertidos en estímulos, las alarmas del cerebro se disparan y el cuerpo entero entra en estado de alerta.

 

Va de la mano con el gusto.

El sentido del gusto, por sí solo, no es capaz de brindarnos la información suficiente sobre alguna situación; además de que recurrir a él en primera instancia para reconocer algún peligro no es buena idea en lo absoluto. Necesita colaborar con el sentido del olfato para poder funcionar de manera más óptima. La información que recibimos por el olor de algún alimento nos dice mucho sobre su sabor y qué tan seguro es comerlo; ya que podemos discernir sobre su estado de descomposición, su propia preparación y lo placentero que nos resultará su sabor.

 

Refuerza la memoria.

Como ya se ha dicho, somos capaces de almacenar alrededor de diez mil olores distintos. Esto quiere decir que es mucho más sencillo para nosotros olvidar un rostro que el aroma que desprende una persona. Gracias a esto, podemos de asociar olores con un sinfín de situaciones, personas y objetos; teniendo una manera de actuar o reaccionar al momento de su percepción. Asimismo, pueden ser usados para luchar contra los fallos en la memoria.

 

 

El sentido del olfato es un gigante incomprendido. Es el sentido que nos ha acompañado desde que somos seres completamente primitivos y nos acompañará cuando el resto de los sentidos nos abandone. Sin él, estaríamos completamente a la deriva de todo, expectantes para poder sobrevivir en un entorno donde los olores son la mejor fuente de información que poseemos.

 

 

 

 

 

 

 

 

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